Ábrete sésamo

Empiezas
a escribir un verso
y dibujas una puerta,
la abres,
y ahí está ella.

Nunca sé cómo empezar a escribir. Puede ser un karma, en serio. Eso de querer expresar una idea y no encontrar las palabras. Darle vueltas a las letras hasta que logren transmitir lo que tú quieres y en la forma que quieres. Me pasa mucho. Hay días de días, es cierto. A veces, las letras fluyen naturalmente, pero la mayoría de las veces –en mi caso– no es así. Y no es que no lo haga seguido o que no me guste hacerlo, de hecho me encanta y lo disfruto mucho. Escribo algo a diario como ejercicio pero al final del día borro más de lo que escribí. Eso no es lo grave del asunto, hay algo peor: Lo que no escribes pero está en tu alma, no se puede borrar.

Llega un punto en el que nada te gusta y piensas que ya escribiste todo lo que tenías, o que lo que estás pensando ya otro lo escribió. Una guerra constante casi siempre perdida por salirte de los tópicos tradicionales. Por explorar algo nuevo. He empleado varias técnicas, mi favorita es observar el mundo porque es cierto, la poesía está en todas partes: Una ligera lluvia haciendo escándalo en un tejado. Una pareja mirándose a los ojos y sonriendo mientras beben un café. Una piedra lanzada a un lago que provoca una serie de círculos concéntricos. Las lágrimas de una madre, entregando a su hijo de cinco años en la ruta del colegio y parte de su alma con él. El hombre que va de pie en un autobús repleto de gente camino a su trabajo, que mira con odio a ese tipo que aparece en el reflejo de la ventana, que se viste y se peina  –todos los días– igual que él. La poesía está en todas partes, te digo: En un bar oscuro impregnado de humo y vodka, mujeres hermosas y la oportunidad creerse inmortal mientras dure el licor. En unos amantes que despiertan juntos y se miran a los ojos después de una noche de vino, sexo y poesía, porque lo de “hacer el amor” es lo que sucederá exactamente después de follar toda la noche como animales. En la magia de una mirada que fue capturada en una fotografía. O simplemente, en un disparo en la sien.

No recuerdo cuándo fue la última vez que quedé contento con algo que escribí. Escribir me hace feliz, pero también puede llegar a ser algo terrible. Ahora, que lo haga bien o mal ante los eruditos literarios de las redes sociales tampoco es que me trasnoche mucho. La lucha es más contra mí, sabiendo de antemano que las letras pertenecen al viento. Escribo porque es un vicio, como el que tiene mi boca cuando la veo desnuda o el de mis manos, cuando no se quieren perder ni un centímetro de su piel.

En fin, no sé realmente cómo empezar a escribir ni mucho menos cómo terminar. A no ser –óyeme bien–, que de repente surja una copa de vino o de cualquier de licor, o que simplemente te llenes los pulmones de humo y la cabeza de café. Entonces aparece ella en tu mente. Piensas en lo que han vivido juntos y lo que significa para ti. Ya estás listo para vencer el infierno. Te sientes el hombre más afortunado del mundo por haberla conocido y tenerla para ti. Y como quien encuentra un tesoro. Como quien sabe que la inspiración está detrás de esa puerta que aparece cuando estás frente al papel. Te imaginas sus ojos y te ves reflejado en ellos. La magia sucede, la inspiración aparece. Tu alma, pronuncia su nombre en silencio… y ya está: Ábrete sésamo.

2 respuestas a “Ábrete sésamo

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